El
Imperio otomano comenzó siendo uno más de los pequeños estados turcos que
surgieron en Asia Menor durante la decadencia del Imperio Selyúcida.
En
su máximo esplendor, entre los siglos XVI y XVII se expandía por tres
continentes, controlando una vasta parte del Sureste Europeo, el Medio Oriente
y el norte de África, limitando al oeste con Marruecos, al este con el mar
Caspio y al sur con Sudán, Eritrea, Somalía y Arabia. El Imperio otomano poseía
29 provincias, y Moldavia, Transilvania y Valaquia eran Estados vasallos.
Otras
potencias europeas mostraban interés en el Imperio Otomano como un mercado para
su producción industrial, fuente de materias primas, y escenario de rivalidades
políticas y comerciales. Así, el Imperio Alemán inició un acercamiento político
hacia el Imperio Otomano pero la evidente superioridad económica de Alemania
provocó que el gobierno germano también exigiera (y obtuviera) privilegios y
prerrogativas similares a las ya obtenidas por británicos, rusos y franceses,
compitiendo con éstos por el control de mercados e infraestructura dentro del
territorio otomano. Mientras tanto el Imperio Austrohúngaro mantenía su
hostilidad contra los otomanos y se esforzaba en eliminar de modo lento pero
indetenible la poca influencia que aún mantenía la corte del sultán sobre los
Balcanes.
De
igual manera Grecia (con respaldo ruso y británico) fomentaría movimientos
independentistas en Creta y Chipre a fines del siglo XIX, logrando que los
habitantes griegos de esas islas ganasen autonomía comercial ante el impotente
Imperio Otomano, al extremo que el Reino de Grecia lanzó una guerra contra el
Imperio en 1897. Pese a que las tropas otomanas lograron detener exitosamente
las ofensivas griegas, el triunfo no significó el fin de la presión extranjera
sobre el gobierno otomano, pues a las efímeras ambiciones griegas se sucedieron
las de Rusia y Gran Bretaña.
Inclusive
el Reino de Italia, económicamente débil frente a sus vecinos europeos,
conservaba suficiente fuerza para invadir y conquistar las regiones de
Tripolitania y Cirenaica al gobierno otomano en 1911, mientras la corte de
Estambul carecía de medios financieros y bélicos para impedir que su última
posesión en el Norte de África se convirtiera en una colonia italiana.
Durante
el siglo XIX, diversos territorios del Imperio otomano comenzaron a alcanzar su
independencia, principalmente en Europa.
Las sucesivas derrotas en guerras y el auge de los nacionalismos dentro del
territorio llevarían al decaimiento del poder del imperio. Su participación en
la Primera Guerra Mundial y el surgimiento de movimientos revolucionarios
dentro de Turquía le darían el golpe mortal.
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Los
países de los Balcanes liberados del Imperio Otomano fueron objeto de rivalidad
entre las grandes potencias. Todos los jóvenes países nacidos de su
descomposición Grecia, Bulgaria, Rumania, Serbia, Montenegro y Albania,
buscaron expandirse a costa de sus vecinos, lo que llevó a dos conflictos entre
1910 y 1913, conocidos como Guerras Balcánicas. Las Guerras Balcánicas
influyeron profundamente en el curso posterior de la historia de Europa. El
final del imperio otomano y de Bulgaria originó tensiones; Los tratados de paz
facilitaron la formación de un Estado serbio fuerte y ambicioso, pero también
infundieron temor y un resentimiento antiserbio en el vecino Imperio
Austrohúngaro. En 1914, el asesinato de Francisco Fernando de Austria,
archiduque de Austria y heredero del trono imperial, proporcionó a
Austria-Hungría un pretexto para invadir Serbia, lo que motivó el estallido de
la Primera Guerra Mundial. El Imperio Otomano se alía a Alemania
Por: Carla Gleva Velázquez
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